jueves, 12 de agosto de 2010

Mi último sueño lleva tu nombre, igual que los mil anteriores

Como anticipo de un gran juego o ya dentro de el.
Cómplices de secretos y de miradas profundas con matices de chocolate fundido, con las que miras a quien conoce el mapa de tu piel sin ropa. Como la que desnuda.
Sus miradas favoritas.
Cómo solo es dulce con ella, en todos estos sentidos, sin dejar de ser él.
Cómo a ella le gusta, sin dejar de ser dulce, sacar su otro lado. Su ocurrente y divertida, su insinuante y sensual o incluso sexual. De esa forma tan sutil suya, con sus miradas, que es como más le gusta decirle que puede acercarse más y susurrarle al oído.

Subiendo delante de él las escaleras, siendo consciente de que la está mirando más allá de lo permitido por el bajo de su vestido.
No sin sorpresa, si es ella la que se queda atrás, más que consciente de lo bien que le quedan a el los vaqueros.
El eterno juego. El calentar; como entrante y ellos dos siempre el plato fuerte. Siempre nuevo. Mejor de lo que la gente piensa. Mejor y más divertido.

¿Quien dice que no son tal para cual?

Saliendo de la ducha con solo una toalla. Por esto del provocar. Y se les revoluciona hasta el alma.
Quitándosela mutuamente, como en un juego, y quedándose desnudos enfrente uno del otro, reconociéndose en la impaciencia de besos en la lista de espera de sus bocas y el calor de sus cuerpos. Y quietos.
A la espera del que pierda en esta batalla silenciosa, que como siempre ambos acaban siendo los vencidos. Vencidos por ese potente imán que los atrae una y otra vez al mismo destino, en el que pocas veces se reconocen el uno al otro, quien sabe por qué razón, que tras todo esto existen fuertes y mutuos sentimientos y que les cuesta vivir el uno sin el otro.