domingo, 12 de enero de 2014

Que hayas llegado para quedarte

Fue un borrón y cuenta nueva. Eso es lo que fue.
Borrar tres semanas sin vernos, borrarme todos los enfados contigo, borrarme el auto convencimiento de que no soy adicta a ti. Borraste todo a besos, a tratar de fundirnos, a respirar aliviado en mis sonrisas, a morder mi labio.
Cómo no voy a perder la poca cordura que me queda si sigues entrelazando tus manos con las mías, si sonríes así y nos aceleras el pulso a ambos.
Había hambre en nuestros besos. Voraz. Demoledora. Y nos volvimos huracanes. Cómplices. Dos risas en la oscuridad.
No iba a irme a ningún sitio; estaba ahí, porque era precisamente donde quería estar; con tu pulgar acariciándome la mejilla y tu mano navegando en mi espalda.

martes, 19 de febrero de 2013

Esto es una locura


Había gastado la noche erizando la piel de tu espalda y sincronizando mi respiración con el vello de tu nuca. Aun sentía tu pulgar acariciándome la mejilla y los dedos en travesía por mi cintura, viento en popa a toda vela, rumbo norte, en cálido tacto ascendente por la espalda, en busca de puerto donde atracar.
 No sé en qué momento decidimos que besarnos lento era la mejor idea. Demasiado atrayente, siempre inevitable, como un campo de fuerza magnético del que no pudiera separarme…
Somos dos desconocidos jugando a querernos. Reconozco mi adicción al modo en que rompes mis esquemas, a cómo no te cuesta nada sacar mi otra yo; sin complejos, sin frustraciones...Mi único foco de concentración es la huella de tus labios en el espacio entre mi clavícula y mandíbula. Sigo sonrojándome si me doy cuenta de que me desnudas con la mirada antes de que me dé tiempo a hacerlo yo. Es una travesura más. Es encenderme a palabras a media luz, arrastrarme al nivel crítico de mi autocontrol para luego dejarme caer. Abandonar todo rastro de cordura, guardando la ternura en un cajón para más tarde y dejar que el tacto entienda por mí…
Le deseo…y él lo sabe

miércoles, 13 de julio de 2011

Regla 4: hay que confundir siempre a los enemigos

Se apuraban los últimos días de clase y no era extraño encontrarse pequeños grupos de alumnos jugando mini partidos de fútbol, siempre seguidos de una amplia tropa de chicas altamente hormonadas, cargadas de suspiros y risitas tontas cada vez que alguno de los chicos pasaba cerca de ellas.

En circunstancias normales, ese sería el último lugar en el que la podían encontrar, pero cuando vio que él estaba jugando también, sus pies parecieron cobrar vida propia.
Durante las últimas semanas se habían seguido viendo en secreto por todo el campus. Las caricias, los mordiscos, los susurros y la piel de pollo; pero las cosas no habían llegado hasta el final entre ellos.
No tenía ningún miedo respecto a él. Le deseaba y era evidente que él a ella también. Simplemente estaba esperando el momento y lugar adecuado, pero el muy cabrón se lo estaba poniendo muy difícil. Toda una prueba titánica para su autocontrol y el calor no ayudaba nada a no quemarse a todas horas.
Maldito cabrón, maldito calor, maldito cuerpo el suyo, bendita piel, malditas manos, benditos labios...
Salió del hilo de sus pensamientos de golpe, dándose cuenta de que incluso había cerrado los ojos. Malditas hormonas...
Estaba sentada en pleno centro de la tropa de acosadoras y conservaba la pequeña esperanza de poder pasar desapercibida entre el inagotable cloqueo que la rodeaba.

Tenía que reconocer que entendía perfectamente al escandaloso grupito; los chicos en verdad tenían unos cuerpos que debería ser considerado un sacrilegio ocultarlos bajo la ropa. Unos pocos ya habían sucumbido al calor y jugaban sin camiseta, haciendo que los rayos de sol se reflejaran en cada gota de su sudor y en cada reguero de agua que hacían recorrerlos desde el pelo, a morir en la goma del pantalón de deporte.
Apostaría lo que fuera a que cada chica de la pradera moriría por ser gota de agua.

No tardó en verla entre las demás.
Su chica.
No es que hubieran establecido una relación con todas sus letras, pero pensar en ella de ese modo le solía provocar una agradable sensación de vértigo en el estómago.
Sonrió con descaro propio de galán; todas las niñas suspiraron enamoradas, ella sonrió divertida y cómplice.
No quería presionarla para que llegaran al final, quería que ella se lo pidiese, y si conseguía que se lo pidiese entre gemidos, mejor. Disfrutaba especialmente llevándola al límite, rayando con lo prohibido y aun así, no tenía queja alguna de ella. A todas horas pensaba en sus encuentros.

Sabía que le gustaba demasiado provocarla como para dejar pasar esa oportunidad.
Se quitó la camiseta como lo demás y se la lanzó a las chicas, las cuales casi llegaron a las manos por conservarla mientras durase el partido.
No le importó que una chica a su izquierda estuviera hundiendo la nariz en el tejido como si su vida dependiese de ello. No le importó porque ella podía recordar con toda claridad el olor característico de su pelo, del cual le era fácil embriagarse enredando los dedos en los mechones cuando él ponía todo su empeño en besar, morder y lamer sus pechos.
Y eso era algo que solo ella podía recrear en esos momentos.

Lo que no podía controlar era la creciente hiperventilación a medida que seguía de manera inconsciente el ritmo de su respiración desbocada por el esfuerzo, sin reprimir el instinto primitivo que la hacía desear ser ella la que le hiciera respirar así en su cuello y su oído.
Con los ojos congestionados y la respiración entrecortada, se levantó como un resorte y le lanzó una última y elocuente mirada, alejándose rápidamente del prado.

Diez minutos más tarde, la encontró apoyada contra su coche, mordisqueándose el labio inferior ansiosamente.
- Hola. ¿Qué te ha pasado antes?- preguntó con cautela.
- Nada...¿Podemos ir a tu casa?- cuestionó mientras acortaba toda distancia entre ellos.
- ¿A mi casa?¿Ahora?-
- Por favor...- dijo lentamente, al mismo tiempo que tomaba su mano y por debajo de la falda, la llevaba hacia su sexo.

A pesar de la ropa interior, estaba caliente; caliente y empapada.

domingo, 20 de febrero de 2011

Regla 3: no hay que subestimar el poder de las palabras

¿Conoces esa sensación punzante en la espalda o la nunca cuando alguien te está mirando por detrás fijamente?
Ya llevaba unos segundos sintiéndola mientras caminaba por el pasillo. La misma sensación tan conocida de tardes de biblioteca; tan atrayente, tan insistente, tan de él...Que no pudo evitar mirar por encima de su hombro.
En medio de todos el tráfico entre clases, era imposible no reconocerle entre todos los demás con su cazadora de cuero, la resolución en sus ojos y su sonrisa, a la que ella respondió divertida, consciente de que estaba dispuesto a cobrarse el beso robado en la fiesta.

Todo el mundo entró a clases. Era el momento de dejar de jugar a pillar.
Se dirigió a su derecha, hacia los baños de chicas, a sabiendas de que un simple letrero no le detendría.

La adrenalina disparada y el pulso golpeándole en los oídos; faltó un suspiro para comprobar que estaba sola y tirar el bolso y la carpeta encima del lavabo, quedándose a escasos pasos de la puerta cuando él entró y cerró tras de sí con poco cuidado.
- No deberías estar aquí- acertó a decir, intentando controlar su voz.
- Los letreros están para infringirlos-
Solo entonces tuvo valor de girarse hacia la entrada y darse cuenta de que´prácticamente ya le tenía al lado. Casi inconscientemente retrocedió hasta la pared, con el anhelo plasmado en sus labios.
Como un león avanzó hasta ella. Imponente, aparentemente imperturbable. Tan solo cuando apoyó las manos en los azulejos, a ambos lados de su cabeza, se dio cuenta de que le temblaban ligeramente los dedos.
Cedió a la presión de su mirada y se perdió en la tormenta desatada en sus ojos.
Deseo, miedo, frustración, anhelo, adrenalina, deseo...y su propio reflejo.
Cerrando los ojos, dejándose llevar cuando acortó la distancia entre los dos, rozando su nariz contra la de ella, aspirando fuertemente, llegando a su boca entreabierta...reconociéndose en el beso.

- Tienes algo que me pertenece- musitó
Tal vez fue lo ronco de su voz o el estar arrinconada entre sus brazos, que se sintió temeraria, desenfrenada...
Hundió las manos en su pelo y se arqueó contra él, cortando cualquier vació posible entre ambos, entregándose por completo.
Ligeramente sorprendido por su arranque, pero deseando lo mismo, la estrechó entre sus manos y la besó con la misma intensidad que en la fiesta, entregado a ella, dispuesto a darle lo que le pidiera; hasta que sintió la rendición en su agarre y recogió sus manos, poniéndolas por encima de la cabeza de ella, entrelazando los dedos y dejándola a su merced.
Se permitió interrumpir el beso para grabar esa imagen de ella para siempre en su mente: los ojos cerrados, los labios enrojecidos y su pecho subiendo y bajando acordé a su rápida respiración.
-Tócame- susurró contra su boca
Y simplemente perdió el control.

Con un giro rápido y un jadeo de sorpresa por parte de ella, la puso de espaldas a él, frente al espejo y su boca se perdió por su cuello mientras la aprisionaba entre su cuerpo y el borde del lavabo.
Entreabrió los ojos no sin esfuerzo. Ya no era dueña de sí misma, el deseo, la bestia, se había apoderado de ella y solo podía sentir a ese mismo deseo inundándola, las corrientes eléctricas nacientes en los besos en el cuello mandando descargas furiosas desde ese punto a todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Sintiendo que allí donde tocaban sus manos, ardía.
Como una muda pregunta, deslizó sus dedos en torno al botón de su pantalón y buscó sus ojos en el reflejo del espejo.
Si los besos hablaran, el suyo, girando el rostro y acariciándole el cuello, le habría pedido a gritos que no parara.
Se creyó morir cuando deslizó la mano entre su ropa, apartando toda barrera que le separara de ella, alcanzando su intimidad, haciendo que se retorciera contra su cuerpo, despertando sus más bajos instintos, apretando su incipiente erección contra ella, incitándola.
La doblegó con sus dedos, adentrándose en ella, aprendiendo su mapa, deseándola y deleitándose con el rubor se sus mejillas ante cada nuevo roce magistral.
Tocarla, tocándola.
Sintiéndola, llenándose los oídos de la melodía de su placer, haciéndola morir; porque eso estaba haciéndole, morirse ante la delirante visión que el espejo ofrecía ante ella y respondiendo ante los movimientos involuntarios de su cuerpo, aumentando la fricción contra él, facilitándole el acceso a ella, provocándole allí donde sus cuerpos se incendiaban, lo que hacía que se sintiera febril y que le fallaran las piernas.

- Te deseo- jadeó mientras mordía levemente el lóbulo de la oreja de ella.

El orgasmo la sacudió con tanta fuerza que tuvo que aprisionar su jadeo entre sus bocas para no ser descubiertos y sujetarla rodeándola con el brazo para que no se cayera al suelo; volviendo poco a poco en sí, aún con la respiración alterada.

Se giró lentamente hasta quedar enfrente de él y con una sonrisa de satisfacción y orgullo por lo que acababa de hacerla sentir, abrochó su pantalón de nuevo y la miró directamente a los ojos, dándose cuenta de que una parte de ella, ya era suya para siempre.

lunes, 14 de febrero de 2011

Regla 2: A esto sabemos jugar los dos

Paranoias, alucinaciones, espejismos, estado febril permanente...y todavía iba por la mísera primera copa.
Estaba evitándole. Estaba seguro. No era normal que cuando no estaba rodeada de amigas, pareciera que se la tragaba la tierra.
Hubiese jurado que lo de la biblioteca significó algo y sin embargo allí estaba: en la maldita fiesta de fin de exámenes que habían organizado sus amigos, al borde del paro cardíaco cada vez que veía una chica rubia desde su posición en el pasillo y sin siquiera saber si ella también estaba allí o no.

Por más que Vodka lo intentara, el recuerdo de la piel de sus hombros seguía abrasándole como el hierro el rojo vivo.
Llevaba quince minutos haciéndole dibujitos a una ridícula sombrilla de cóctel y a pesar de todo aún podía recrear cómo se le secó la boca cuando ella le taladró con la mirada.
¡Estúpida biblioteca y sus normas silenciosas! Si por él hubiera sido, se le habría abalanzado encima como el león a por su presa.

Y cuando parecía que la noche no podía empeorar, saltaron los fusibles.
"Es increíble como el alboroto sube de golpe en estos momentos y a nadie se le ocurre iluminar con el móvil", fue todo lo que pudo pensar antes de que unas pequeñas manos lo aprisionaran entre un cuerpo y la pared, una boca se adueñara de sus labios y todo su raciocinio se fuera al garete.

Ansiedad, deseo, anhelo y fuego.
No habría otra manera de describir ese beso.
Se aferró con furia a esa cintura y le devolvió el beso con las mismas ganas, abandonándose a los sentidos que le quedaban una vez privado de la vista.
Enfermo, enloquecido, vulnerable.
Creyó que la cabeza le iba a estallar cuando la chica no pudo evitar gemir en su boca cuando sus lenguas se encontraron. Hundió sus manos en sus rizos y él se ahogó en esa boca como si hubiese sido ella, deseando que lo fuera, castigándola por haberlo torturado tantos días.

A punto de perder el control y arrinconarla contra la pared, se escurrió de sus dedos, de su boca y del calor de su cuerpo.
Y volvió la luz. Ni rastro de ella.
La firma de su beso marcada a fuego. El signo de su descaro palpitando en sus pantalones.
Cuando lo mejor es mojarse la cara y salir hasta la calle en busca de aire.

Y la vio.
Ropa de fiesta y su pelo meciéndose al compás de sus pasos, calle abajo, como si la noche fuese suya.
Y al mirar atrás, otra vez esa sonrisa ladeada, mirándole directamente y se colocó una ridícula sombrilla de cóctel con dibujitos en la oreja.

Aparente chica inocente que estaba demostrando serlo solo en apariencia.
Totalmente a la altura del listón establecido para el juego e incluso subiéndolo ella misma.
Nunca sabía por dónde iba a salir; nunca sabía cual iba a ser su siguiente movimiento.
Las cosas no iban a quedarse así.

Definitivamente le había vuelto loco...y le gustaba...y le excitaba.
Muchísimo

Regla 1: Caperucita también puede cazar al Lobo

Se había propuesto aguijonearla hasta hacerla perder los papeles.
A sabiendas del poder de su mirada, la hostigaba sin darle tregua hora tras hora en la biblioteca, clavando sus ojos azules en ella.
Se le antojaba tremendamente adorable el súbito rubor que adquirían sus mejillas al sentirse observada y como se removía inquieta en su silla.
Aun así, nunca levantaba la vista de sus apuntes.

Cómodamente posicionado desde su lugar habitual, esperó un tanto impaciente la llegada de ella.
Fingió estar leyendo a su entrada y sonrió para sí con suficiencia.

Se situó silenciosamente a una mesa de distancia, justo enfrente de él. Sacó sus apuntes y un bolígrafo. Se quitó el abrigo.
Y la sonrisa de suficiencia del Don Juan quedó sustituida por una brusca dilatación de pupilas y una ola de calor ascendente por su espalda.
¿Dónde habían quedado esas camisetas sencillas de algodón para estudiar con comodidad que solía usar? Se presentaba ante él con esa camiseta ajustada de tirantes con incipiente escote que parecía tentarle a gritos.
Un solo vistazo y su cabeza se había llenado de imágenes de ella y esa camiseta...y no precisamente porque en ellas la llevara puesta.

Intentó recomponerse y volvió a mirarla. Había apoyado los antebrazos en la mesa y le sostenía la mirada esbozando una sonrisa ladeada, habiendo olvidado sus apuntes.


Las cosas empezaban a ponerse interesantes...

lunes, 15 de noviembre de 2010

dulces promesas

No era la más guapa, ni la más inteligente o divertida (eso estaba por verse).
No era ni de lejos la más delgada, la que tenía el pelo más bonito o las piernas más largas, ni la que vestía a la última.
Pero era la mejor cazadora de sonrisas espontáneas, la última coleccionista de deseos en cajitas de madera, la mejor captadora de sentimientos, una experta en rincones con encanto, la número uno en mimos, la personificación de las risas y de los besos con sabor a manzanas, el sonido apresurado de tacones rojos en pitillos negros camino de alguna fiesta, las luces de una discoteca, todos y cada uno de los besos en semáforos en rojo, los vistazos de reojo en escaparates, las fotografías con amigas en espejos y la clave de todos esos pequeños placeres de la vida.