domingo, 20 de febrero de 2011

Regla 3: no hay que subestimar el poder de las palabras

¿Conoces esa sensación punzante en la espalda o la nunca cuando alguien te está mirando por detrás fijamente?
Ya llevaba unos segundos sintiéndola mientras caminaba por el pasillo. La misma sensación tan conocida de tardes de biblioteca; tan atrayente, tan insistente, tan de él...Que no pudo evitar mirar por encima de su hombro.
En medio de todos el tráfico entre clases, era imposible no reconocerle entre todos los demás con su cazadora de cuero, la resolución en sus ojos y su sonrisa, a la que ella respondió divertida, consciente de que estaba dispuesto a cobrarse el beso robado en la fiesta.

Todo el mundo entró a clases. Era el momento de dejar de jugar a pillar.
Se dirigió a su derecha, hacia los baños de chicas, a sabiendas de que un simple letrero no le detendría.

La adrenalina disparada y el pulso golpeándole en los oídos; faltó un suspiro para comprobar que estaba sola y tirar el bolso y la carpeta encima del lavabo, quedándose a escasos pasos de la puerta cuando él entró y cerró tras de sí con poco cuidado.
- No deberías estar aquí- acertó a decir, intentando controlar su voz.
- Los letreros están para infringirlos-
Solo entonces tuvo valor de girarse hacia la entrada y darse cuenta de que´prácticamente ya le tenía al lado. Casi inconscientemente retrocedió hasta la pared, con el anhelo plasmado en sus labios.
Como un león avanzó hasta ella. Imponente, aparentemente imperturbable. Tan solo cuando apoyó las manos en los azulejos, a ambos lados de su cabeza, se dio cuenta de que le temblaban ligeramente los dedos.
Cedió a la presión de su mirada y se perdió en la tormenta desatada en sus ojos.
Deseo, miedo, frustración, anhelo, adrenalina, deseo...y su propio reflejo.
Cerrando los ojos, dejándose llevar cuando acortó la distancia entre los dos, rozando su nariz contra la de ella, aspirando fuertemente, llegando a su boca entreabierta...reconociéndose en el beso.

- Tienes algo que me pertenece- musitó
Tal vez fue lo ronco de su voz o el estar arrinconada entre sus brazos, que se sintió temeraria, desenfrenada...
Hundió las manos en su pelo y se arqueó contra él, cortando cualquier vació posible entre ambos, entregándose por completo.
Ligeramente sorprendido por su arranque, pero deseando lo mismo, la estrechó entre sus manos y la besó con la misma intensidad que en la fiesta, entregado a ella, dispuesto a darle lo que le pidiera; hasta que sintió la rendición en su agarre y recogió sus manos, poniéndolas por encima de la cabeza de ella, entrelazando los dedos y dejándola a su merced.
Se permitió interrumpir el beso para grabar esa imagen de ella para siempre en su mente: los ojos cerrados, los labios enrojecidos y su pecho subiendo y bajando acordé a su rápida respiración.
-Tócame- susurró contra su boca
Y simplemente perdió el control.

Con un giro rápido y un jadeo de sorpresa por parte de ella, la puso de espaldas a él, frente al espejo y su boca se perdió por su cuello mientras la aprisionaba entre su cuerpo y el borde del lavabo.
Entreabrió los ojos no sin esfuerzo. Ya no era dueña de sí misma, el deseo, la bestia, se había apoderado de ella y solo podía sentir a ese mismo deseo inundándola, las corrientes eléctricas nacientes en los besos en el cuello mandando descargas furiosas desde ese punto a todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Sintiendo que allí donde tocaban sus manos, ardía.
Como una muda pregunta, deslizó sus dedos en torno al botón de su pantalón y buscó sus ojos en el reflejo del espejo.
Si los besos hablaran, el suyo, girando el rostro y acariciándole el cuello, le habría pedido a gritos que no parara.
Se creyó morir cuando deslizó la mano entre su ropa, apartando toda barrera que le separara de ella, alcanzando su intimidad, haciendo que se retorciera contra su cuerpo, despertando sus más bajos instintos, apretando su incipiente erección contra ella, incitándola.
La doblegó con sus dedos, adentrándose en ella, aprendiendo su mapa, deseándola y deleitándose con el rubor se sus mejillas ante cada nuevo roce magistral.
Tocarla, tocándola.
Sintiéndola, llenándose los oídos de la melodía de su placer, haciéndola morir; porque eso estaba haciéndole, morirse ante la delirante visión que el espejo ofrecía ante ella y respondiendo ante los movimientos involuntarios de su cuerpo, aumentando la fricción contra él, facilitándole el acceso a ella, provocándole allí donde sus cuerpos se incendiaban, lo que hacía que se sintiera febril y que le fallaran las piernas.

- Te deseo- jadeó mientras mordía levemente el lóbulo de la oreja de ella.

El orgasmo la sacudió con tanta fuerza que tuvo que aprisionar su jadeo entre sus bocas para no ser descubiertos y sujetarla rodeándola con el brazo para que no se cayera al suelo; volviendo poco a poco en sí, aún con la respiración alterada.

Se giró lentamente hasta quedar enfrente de él y con una sonrisa de satisfacción y orgullo por lo que acababa de hacerla sentir, abrochó su pantalón de nuevo y la miró directamente a los ojos, dándose cuenta de que una parte de ella, ya era suya para siempre.

lunes, 14 de febrero de 2011

Regla 2: A esto sabemos jugar los dos

Paranoias, alucinaciones, espejismos, estado febril permanente...y todavía iba por la mísera primera copa.
Estaba evitándole. Estaba seguro. No era normal que cuando no estaba rodeada de amigas, pareciera que se la tragaba la tierra.
Hubiese jurado que lo de la biblioteca significó algo y sin embargo allí estaba: en la maldita fiesta de fin de exámenes que habían organizado sus amigos, al borde del paro cardíaco cada vez que veía una chica rubia desde su posición en el pasillo y sin siquiera saber si ella también estaba allí o no.

Por más que Vodka lo intentara, el recuerdo de la piel de sus hombros seguía abrasándole como el hierro el rojo vivo.
Llevaba quince minutos haciéndole dibujitos a una ridícula sombrilla de cóctel y a pesar de todo aún podía recrear cómo se le secó la boca cuando ella le taladró con la mirada.
¡Estúpida biblioteca y sus normas silenciosas! Si por él hubiera sido, se le habría abalanzado encima como el león a por su presa.

Y cuando parecía que la noche no podía empeorar, saltaron los fusibles.
"Es increíble como el alboroto sube de golpe en estos momentos y a nadie se le ocurre iluminar con el móvil", fue todo lo que pudo pensar antes de que unas pequeñas manos lo aprisionaran entre un cuerpo y la pared, una boca se adueñara de sus labios y todo su raciocinio se fuera al garete.

Ansiedad, deseo, anhelo y fuego.
No habría otra manera de describir ese beso.
Se aferró con furia a esa cintura y le devolvió el beso con las mismas ganas, abandonándose a los sentidos que le quedaban una vez privado de la vista.
Enfermo, enloquecido, vulnerable.
Creyó que la cabeza le iba a estallar cuando la chica no pudo evitar gemir en su boca cuando sus lenguas se encontraron. Hundió sus manos en sus rizos y él se ahogó en esa boca como si hubiese sido ella, deseando que lo fuera, castigándola por haberlo torturado tantos días.

A punto de perder el control y arrinconarla contra la pared, se escurrió de sus dedos, de su boca y del calor de su cuerpo.
Y volvió la luz. Ni rastro de ella.
La firma de su beso marcada a fuego. El signo de su descaro palpitando en sus pantalones.
Cuando lo mejor es mojarse la cara y salir hasta la calle en busca de aire.

Y la vio.
Ropa de fiesta y su pelo meciéndose al compás de sus pasos, calle abajo, como si la noche fuese suya.
Y al mirar atrás, otra vez esa sonrisa ladeada, mirándole directamente y se colocó una ridícula sombrilla de cóctel con dibujitos en la oreja.

Aparente chica inocente que estaba demostrando serlo solo en apariencia.
Totalmente a la altura del listón establecido para el juego e incluso subiéndolo ella misma.
Nunca sabía por dónde iba a salir; nunca sabía cual iba a ser su siguiente movimiento.
Las cosas no iban a quedarse así.

Definitivamente le había vuelto loco...y le gustaba...y le excitaba.
Muchísimo

Regla 1: Caperucita también puede cazar al Lobo

Se había propuesto aguijonearla hasta hacerla perder los papeles.
A sabiendas del poder de su mirada, la hostigaba sin darle tregua hora tras hora en la biblioteca, clavando sus ojos azules en ella.
Se le antojaba tremendamente adorable el súbito rubor que adquirían sus mejillas al sentirse observada y como se removía inquieta en su silla.
Aun así, nunca levantaba la vista de sus apuntes.

Cómodamente posicionado desde su lugar habitual, esperó un tanto impaciente la llegada de ella.
Fingió estar leyendo a su entrada y sonrió para sí con suficiencia.

Se situó silenciosamente a una mesa de distancia, justo enfrente de él. Sacó sus apuntes y un bolígrafo. Se quitó el abrigo.
Y la sonrisa de suficiencia del Don Juan quedó sustituida por una brusca dilatación de pupilas y una ola de calor ascendente por su espalda.
¿Dónde habían quedado esas camisetas sencillas de algodón para estudiar con comodidad que solía usar? Se presentaba ante él con esa camiseta ajustada de tirantes con incipiente escote que parecía tentarle a gritos.
Un solo vistazo y su cabeza se había llenado de imágenes de ella y esa camiseta...y no precisamente porque en ellas la llevara puesta.

Intentó recomponerse y volvió a mirarla. Había apoyado los antebrazos en la mesa y le sostenía la mirada esbozando una sonrisa ladeada, habiendo olvidado sus apuntes.


Las cosas empezaban a ponerse interesantes...