miércoles, 13 de julio de 2011

Regla 4: hay que confundir siempre a los enemigos

Se apuraban los últimos días de clase y no era extraño encontrarse pequeños grupos de alumnos jugando mini partidos de fútbol, siempre seguidos de una amplia tropa de chicas altamente hormonadas, cargadas de suspiros y risitas tontas cada vez que alguno de los chicos pasaba cerca de ellas.

En circunstancias normales, ese sería el último lugar en el que la podían encontrar, pero cuando vio que él estaba jugando también, sus pies parecieron cobrar vida propia.
Durante las últimas semanas se habían seguido viendo en secreto por todo el campus. Las caricias, los mordiscos, los susurros y la piel de pollo; pero las cosas no habían llegado hasta el final entre ellos.
No tenía ningún miedo respecto a él. Le deseaba y era evidente que él a ella también. Simplemente estaba esperando el momento y lugar adecuado, pero el muy cabrón se lo estaba poniendo muy difícil. Toda una prueba titánica para su autocontrol y el calor no ayudaba nada a no quemarse a todas horas.
Maldito cabrón, maldito calor, maldito cuerpo el suyo, bendita piel, malditas manos, benditos labios...
Salió del hilo de sus pensamientos de golpe, dándose cuenta de que incluso había cerrado los ojos. Malditas hormonas...
Estaba sentada en pleno centro de la tropa de acosadoras y conservaba la pequeña esperanza de poder pasar desapercibida entre el inagotable cloqueo que la rodeaba.

Tenía que reconocer que entendía perfectamente al escandaloso grupito; los chicos en verdad tenían unos cuerpos que debería ser considerado un sacrilegio ocultarlos bajo la ropa. Unos pocos ya habían sucumbido al calor y jugaban sin camiseta, haciendo que los rayos de sol se reflejaran en cada gota de su sudor y en cada reguero de agua que hacían recorrerlos desde el pelo, a morir en la goma del pantalón de deporte.
Apostaría lo que fuera a que cada chica de la pradera moriría por ser gota de agua.

No tardó en verla entre las demás.
Su chica.
No es que hubieran establecido una relación con todas sus letras, pero pensar en ella de ese modo le solía provocar una agradable sensación de vértigo en el estómago.
Sonrió con descaro propio de galán; todas las niñas suspiraron enamoradas, ella sonrió divertida y cómplice.
No quería presionarla para que llegaran al final, quería que ella se lo pidiese, y si conseguía que se lo pidiese entre gemidos, mejor. Disfrutaba especialmente llevándola al límite, rayando con lo prohibido y aun así, no tenía queja alguna de ella. A todas horas pensaba en sus encuentros.

Sabía que le gustaba demasiado provocarla como para dejar pasar esa oportunidad.
Se quitó la camiseta como lo demás y se la lanzó a las chicas, las cuales casi llegaron a las manos por conservarla mientras durase el partido.
No le importó que una chica a su izquierda estuviera hundiendo la nariz en el tejido como si su vida dependiese de ello. No le importó porque ella podía recordar con toda claridad el olor característico de su pelo, del cual le era fácil embriagarse enredando los dedos en los mechones cuando él ponía todo su empeño en besar, morder y lamer sus pechos.
Y eso era algo que solo ella podía recrear en esos momentos.

Lo que no podía controlar era la creciente hiperventilación a medida que seguía de manera inconsciente el ritmo de su respiración desbocada por el esfuerzo, sin reprimir el instinto primitivo que la hacía desear ser ella la que le hiciera respirar así en su cuello y su oído.
Con los ojos congestionados y la respiración entrecortada, se levantó como un resorte y le lanzó una última y elocuente mirada, alejándose rápidamente del prado.

Diez minutos más tarde, la encontró apoyada contra su coche, mordisqueándose el labio inferior ansiosamente.
- Hola. ¿Qué te ha pasado antes?- preguntó con cautela.
- Nada...¿Podemos ir a tu casa?- cuestionó mientras acortaba toda distancia entre ellos.
- ¿A mi casa?¿Ahora?-
- Por favor...- dijo lentamente, al mismo tiempo que tomaba su mano y por debajo de la falda, la llevaba hacia su sexo.

A pesar de la ropa interior, estaba caliente; caliente y empapada.