martes, 26 de enero de 2010

Pasando la gasolinera

Echaba de menos el momento de llevarla a casa antes de cenar. No son más que quince o veinte minutos en coche pero ella hace que parezcan una eternidad con esa alegría tan suya que la caracteriza. Siempre supe que estaba ahí, escondida en alguna parte de su interior y cuando salió por fin a la luz no pude resistirme, como si se tratara de una adicción. La luz que la embriaga es tan inmensa como incalculable.
La última vez que la llevé hasta casa, los últimos rayos del día brillaban en su pelo y entorpecían la visibilidad del trayecto en aquella carretera de asfalto rendido tras interminables recorridos de los transeúntes a lo largo del día. La travesía, como tantas otras veces, avanzaba a penas unos metros lentamente hasta que acababa el fatigoso tramo donde se unían los dos carriles pasando la gasolinera. Yo la miraba de reojo con las manos al volante, como siempre, esperando que de un segundo a otro el coche de delante anduviese para mi sorpresa, ella sacaba el brazo derecho por la ventanilla del copiloto haciendo ondas al son de alguna canción que se escuchaba. Daba igual que fuese de alguna cadena de radio, de su apasionado rock español de los ochenta, o de la última lista de éxitos americanos porque se las sabía todas. Ahora tengo grabada en la memoria su voz cantando desde la semana pasada. -No calla nunca pero a mi me encanta oírla, como si no importara nada más entonces.- Cuando la letra de alguna de ellas hacía alusión al Amor, ella dejaba de mirar el paisaje y se giraba hacia mi, me sonreía inmortalizando mi sonrisa en sus gafas de sol y hacía la tierna imprudencia de besarme condujera o no.

lunes, 18 de enero de 2010

Pause, rewind, play


Y todo lo que tengo que hacer es ponerme los auriculares, echarme en el suelo y escuchar el CD de mi vida..
Pause, rewind, play, otra vez y otra y otra.
Nunca detener el iPod, seguir grabando, mezclando los sonidos para lograr explicar el caos que tengo dentro.
Y si me sale una lágrima cuando las escucho, no tendré miedo, es como la lágrima de un fan cuando escucha su canción preferida...

sábado, 2 de enero de 2010

A tientas

Ella sentía como la sangre le ardía en las venas y su piel se calentaba bajo la presión de las manos del chico por su cuerpo. Su respiración era agitada en los breves instantes en los que se atrevía a tomar aire, y su corazón latía con fuerza en pleno pecho. La cabeza le daba vueltas. Vueltas de placer por cada caricia de lengua, por cada roce de sus labios, por cada apretón de sus dedos.
Y si él era apasionado, ella no se quedaba atrás. Se sentía salvaje, temeraria y libre. Estaba desatada, viva. Ya no habían barreras, ni pudores, ni morales. Sólo algo primitivo, instintivo que la llevaba a responderle con la misma avidez con la que él la tocaba. Parecían dos hambrientos, alimentándose desesperadamente el uno del otro.
No opuso ningún tipo de resistencia y acopló las piernas alrededor de la cintura del chico cuando él le puso las manos en el trasero para alzarla. Se estrecharon, sin interrumpir el beso, con los labios encadenados y los cuerpos unidos.
El joven comenzó a dar pasos de ciego con ella aferrada a él hasta que se chocó contra una puerta. Ni siquiera sabía de qué habitación era pero tampoco le importaba demasiado. A tientas, la abrió con una mano, subiendo una rodilla para ofrecerle un nuevo apoyo a ella al privarla de uno de sus brazos.
Empujó la puerta con un pie mientras volvía a sujetarla con ambas manos y entró de espaldas a la habitación. Ella no le ayudó demasiado a orientarse, acoplada a su cuerpo y a su boca como si fueran dos piezas de un puzzle que encajaban a la perfección.
Dio un par de pasos antes de golpearse las rodillas con el borde de una cama. Ella ahogó su quejido de dolor y redobló la intensidad del beso, haciéndole olvidar por completo algo tan banal como haberse partido las rotulas.
Se dejó caer de espaldas a la cama, con ella sobre él, sumidos, ahogados, en un beso interminablemente caliente y carnal. La chica se sentía febril y poseída por un ánimo insaciable. Estaba tan plácidamente mareada que apenas se dio cuenta cuando él giró con ella encima para quedar sobre ella y continuar besándola a placer.
El estaba apunto de perder la cabeza, cegado por la niebla oscura del deseo, pero un antiguo vestigio de su razón, aún se mantenía a flote, aferrado al último tablón de cordura. Y sólo de él, sacó las fuerzas suficientes para apartarse de la boca de ella.
Aunque debería ser al revés, en cuanto dejó sus labios, sintió que se quedaba sin aire. Por un momento olvidó todo aquello que iba a decir, enfermo por la necesidad de volver a besarla, pero su razón le echó un cable, convirtiéndose en palabras.

-Si vas a echarte atrás y dejarme a medias, hazlo ahora–su voz sonó como un graznido cargado de amenaza y algo que podría ser tomado por súplica.

Como respuesta, ella se incorporó un poco para acceder al lado derecho de su cuello y morderlo con osadía. El gimió y se tensó por completo, y la chica se sintió infinitamente poderosa. No sabía desde cuando quería morderle ahí, sólo sabía que hundir los dientes en su cuello y escucharle gemir en su oído, había sido enormemente placentero.
El chico, rendido, toda consideración derretida, estrujó su caderas entre sus manos y se apartó de su boca, evitando sus juguetones mordiscos para rendir cuenta a su cuello. La besó en el hueco oculto tras sus orejas y deslizó sus labios húmedos por la curva de su cuello hasta morderla en ese punto en el que se unía con su hombro.
La chica sintió como la piel de esa zona se calentaba como si le hubieran derramado agua hirviendo por encima y contrajo el vientre, en una sacudida de deseo. Alargó las manos hacía él y tiró de la tela de su camisa como si quisiera romperla.

Quería...quería algo. Y lo quería ya.