lunes, 14 de febrero de 2011

Regla 1: Caperucita también puede cazar al Lobo

Se había propuesto aguijonearla hasta hacerla perder los papeles.
A sabiendas del poder de su mirada, la hostigaba sin darle tregua hora tras hora en la biblioteca, clavando sus ojos azules en ella.
Se le antojaba tremendamente adorable el súbito rubor que adquirían sus mejillas al sentirse observada y como se removía inquieta en su silla.
Aun así, nunca levantaba la vista de sus apuntes.

Cómodamente posicionado desde su lugar habitual, esperó un tanto impaciente la llegada de ella.
Fingió estar leyendo a su entrada y sonrió para sí con suficiencia.

Se situó silenciosamente a una mesa de distancia, justo enfrente de él. Sacó sus apuntes y un bolígrafo. Se quitó el abrigo.
Y la sonrisa de suficiencia del Don Juan quedó sustituida por una brusca dilatación de pupilas y una ola de calor ascendente por su espalda.
¿Dónde habían quedado esas camisetas sencillas de algodón para estudiar con comodidad que solía usar? Se presentaba ante él con esa camiseta ajustada de tirantes con incipiente escote que parecía tentarle a gritos.
Un solo vistazo y su cabeza se había llenado de imágenes de ella y esa camiseta...y no precisamente porque en ellas la llevara puesta.

Intentó recomponerse y volvió a mirarla. Había apoyado los antebrazos en la mesa y le sostenía la mirada esbozando una sonrisa ladeada, habiendo olvidado sus apuntes.


Las cosas empezaban a ponerse interesantes...

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